martes, 20 de abril de 2010

Amor de psicópatas

Vamos a jugar a que tu y yo éramos psicópatas. Y que nos comíamos el uno al otro, nos quedábamos tuertos... tuertos...
Y después, te mordía una oreja y como mis dientes eran navajas filosas, terminaba arrancándola. Luego tú hacías lo mismo, pero con la lengua nada más.
Pero tu boca se me antojaba y tuve que morderla hasta que tus labios de cereza se hicieran de uva y pasa. Como tú ya no tenías boca, arrancabas la mía con la mano.
Entonces nos olíamos una y otra y otra vez. Yo sentía esa electricidad de tu piel y ese olor de infierno que me llevaba a perder.
Y tu, al acercarte a mi cuello, podías imaginarte un campo de margaritas repleto.
Fantaseábamos con esa idea burda de tenernos el uno dentro del otro. Pensabas que comerme, era parecido a la hostia consagrada.
Pensamos en dormir, imaginarnos la noche sin miradas era difícil.
Ahora sabíamos cual era la representación de los sueños y la vivencia de ellos.
No encontrábamos la diferencia entre estar dormidos y despiertos.
Era el viento serpientes de varias colas que agitaban el cascabel cuando venía la noche.
Una cascada de hojas caer se juntaban con mi cabello y un pequeño rocío fresco se azotaba contra mi vientre cuando el aura se aproximaba.
¡Cuánta quietud! Nunca nos habíamos sentido tan completos, tan sensibles, tan discretos.
Fue cuando me tomaste de la mano y me levantaste hacia ti. Recargaste mi cabeza sobre tu pecho y al compás de la lluvia, bailamos serenamente.
Sentimos mares, ríos y lagos; arrecifes de estrellas sobre nosotros.
Tocaste mi espalda y creíste conocerla por vez primera. Yo sentía el batido de tu corazón en furia.
De pronto, como un rayo que no prevé el daño, un aire duro acaparó nuestra tranquilidad; nos tomamos fuerte de las manos para no dejarnos llevar.
¡Fuerza bestial! Parecía que el dios del viento nos castigaba sin prudencia. Látigos, golpes y mareos. Desesperación e impaciencia.
Y el dios de la lluvia también quiso jodernos. Sus gotas parecían rocas de azufre que con fuerza quemaban nuestra piel.
Y ya no pudimos mas. Los dos intentamos gritar, pero sin boca, se tornaba imposible. Hacía ruidos extraños y con el potencial a límite. Pero como solo nos quedaba una oreja a cada quien, yo no te escuchaba, tu no me atendías.

Derrotada por el viento, me caí sobre la tierra húmeda y caí en brazos de tu padre Morfeo.
Te perdiste en ese laberinto sin espacios. Yo no podía oírte, pero te sentía en mis venas, en cada arteria.
Jamás volvimos a encontrarnos. Jamás volvimos a tocarnos.
Pero que más da si ambos nos conocemos ya en el interior.
Me gustaría volver a jugar contigo a ser psicópatas, para ver que se siente arrancarnos el corazón.

2 comentarios:

  1. La verdad que he leído cosas buenas, pero por Dios, que mente tan creativa, eres un volcán de ideas, tienes una forma de escribir realmente excitante...
    Felicidades, espero leerte con más tranquilidad este verano "español".
    Gracias por tu "maremágnum literario".
    Un abrazo

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  2. Ignacio, no habia podido leer tu opinión, que cosa que te haya gustado, por encima de muchos, justamente este es el cuento que mas quiero, con mucho cariño, te lo regalo.
    Un abrazo.

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