miércoles, 21 de abril de 2010

Un Bosco de palabras.

Fiesta de grisaceos que se posan en los ventanales de esta ciudad. Laberintos infernales que huelen a masacre de poesía, a la ausencia de censura y a sexo por lujuria.
Ese olor que me recuerda a las palomas que se postraban sobre el techo la casa de mi tía. A playas frías...
Esta sensación de niebla, de poder y asfixia, de los poetas y novelistas. La frescura de las palabras, palabras que se arrojan al aire y vociferan encanto, que se rehusan admirar a la primavera, que prefieren al otoño y alaban al invierno. Que anhelan melancolía, frustración y sueño.
Inchoerencias, visiones, profundos navegantes de lo fugaz.
¡Qué perdidos de deseo! Que alejados de erotismo verdadero. De cuerpos humeantes que se admiran,que arden. Que cocinan esa furia de lo tibio.
¡Que ausentes de inocencia, que despojo de toda reverencia!
Asco de lo sobrío, de guardarnos sin esperanza del vacío. Que encarnemos cuerpos cuerpos que admiren lo coherente, que desechen lo ridículo sobre lo adverso.
Que bueno que sigan existiendo las tardes nubladas, que bueno que exista aún, el edén de las palabras...

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